La politica y el gobierno en esta region economica que llamamos “pais” son un lastre del que seria mejor deshacerse de la misma manera que se vuelve necesario deshacerse de un tumor canceroso en el momento de detectarlo...no necesitamos intermediarios inutiles chupasangre entre las corporaciones y nosotros, sus hijos y subditos...soy partidario de que se nos deje a solas con la jodida fiera, sin sedantes, porque la politica es hoy apenas un ala del ShowBiz, una puesta en escena para hacernos creer que nuestros destinos estan determinados por un mequetrefe con cuerpo fisico, extremidades y apellidos que “elegimos” tachoneando un papel.
Miki Guadamur, en una entrevista en el numero 1 de Vuelvete Underground
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No repetiré todas las clásicas críticas socialistas y anarquistas del capitalismo y el estado. Son ampliamente conocidas, o al menos ampliamente accesibles. Pero para acabar con algunas de las confusiones de la retórica política tradicional puede ser útil resumir los tipos básicos de organización social. En atención a la claridad, comenzaré examinando separadamente aspectos “políticos” y “económicos”, aunque están obviamente interrelacionados. Es tan fútil tratar de igualar las condiciones económicas de la gente mediante una burocracia de estado como lo es intentar democratizar la sociedad mientras el poder del dinero permite a una minúscula minoría controlar las instituciones que determinan la conciencia de la realidad social de la gente. Puesto que el sistema funciona como un todo sólo puede ser cambiado fundamentalmente como un todo.
Comenzando con el aspecto político, podemos distinguir de forma aproximativa cinco grados de “gobierno”:
Comenzando con el aspecto político, podemos distinguir de forma aproximativa cinco grados de “gobierno”:
(1) Libertad sin restricción
(2) Democracia directa
a) consenso
b) dominio de la mayoría
(3) Democracia delegativa
(4) Democracia representativa
(5) Dictadura abierta de una minoría
La sociedad actual oscila entre (4) y (5), es decir entre el dominio abierto de la minoría y el dominio encubierto de la minoría camuflado por una fachada de democracia simbólica. Una sociedad liberada debe eliminar (4) y (5) y reducir progresivamente la necesidad de (2) y (3).
Discutiré más tarde los dos tipos de (2). Pero la distinción crucial está entre (3) y (4).
En la democracia representativa la gente abdica de su poder en beneficio de candidatos elegidos. Los principios proclamados por los candidatos se limitan a unas cuantas generalidades vagas, y una vez que han sido elegidos hay poco control sobre sus decisiones reales acerca de cientos de problemas — aparte de la débil amenaza de cambiar el voto, unos años más tarde, a cualquier rival político igualmente incontrolable. Los representantes dependen de los ricos mediante sobornos y aportaciones a la campaña; están subordinados a los propietarios de los medios de comunicación, que deciden qué temas consiguen publicidad; y son casi tan ignorantes y débiles como el público general en lo que respecta a muchos asuntos importantes que están determinados por burócratas y agencias secretas independientes. Los dictadores abiertos son a veces derrocados, pero los verdaderos dominadores en los regímenes “democráticos”, la pequeña minoría que posee o controla virtualmente todo, nunca ganan ni pierden el voto. La mayoría de la gente no sabe siquiera quiénes son.
En la democracia delegativa, los delegados son elegidos para propósitos determinados con muy específicas limitaciones. Pueden actuar estrictamente bajo mandato (encargados de votar de una cierta manera en un cierto asunto) o el mandato puede dejarse abierto (los delegados son libres de votar como mejor crean) reservándose la gente que los ha elegido el derecho a confirmar o rechazar cualquier decisión así tomada. Generalmente los delegados son elegidos para períodos muy cortos y están sujetos a revocación en todo momento.
En el contexto de las luchas radicales, las asambleas de delegados se han llamado normalmente “consejos.” La forma del consejo fue inventada por los trabajadores en huelga durante la revolución rusa de 1905 (soviet es la palabra rusa que significa consejo). Cuando los soviets reaparecieron en 1917, fueron sucesivamente apoyados, manipulados, dominados y cooptados por los bolcheviques, que pronto consiguieron transformarlos en parodias de sí mismos: sellos de caucho del “Estado Soviético” (el último soviet independiente que sobrevivió, el de los marineros de Kronstadt, fue aplastado en 1921). No obstante los consejos han continuado para reaparecer espontáneamente en los momentos más radicales de la historia subsiguiente, en Alemania, Italia, España, Hungría y otros lugares, porque representan la solución obvia a la necesidad de una forma práctica de autoorganización popular no jerárquica. Y continúan recibiendo la oposición de todas las organizaciones jerárquicas, porque amenazan el dominio de las élites especializadas señalando la posibilidad de una sociedad de la autogestión generalizada: no la autogestión de unos cuantos detalles del sistema presente, sino la autogestión extendida a todas las regiones del globo y a todos los aspectos de la vida.
Pero como señalamos arriba, la cuestión de las formas democráticas no puede ser separada de su contexto económico.
Irracionalidades del capitalismo
Discutiré más tarde los dos tipos de (2). Pero la distinción crucial está entre (3) y (4).
En la democracia representativa la gente abdica de su poder en beneficio de candidatos elegidos. Los principios proclamados por los candidatos se limitan a unas cuantas generalidades vagas, y una vez que han sido elegidos hay poco control sobre sus decisiones reales acerca de cientos de problemas — aparte de la débil amenaza de cambiar el voto, unos años más tarde, a cualquier rival político igualmente incontrolable. Los representantes dependen de los ricos mediante sobornos y aportaciones a la campaña; están subordinados a los propietarios de los medios de comunicación, que deciden qué temas consiguen publicidad; y son casi tan ignorantes y débiles como el público general en lo que respecta a muchos asuntos importantes que están determinados por burócratas y agencias secretas independientes. Los dictadores abiertos son a veces derrocados, pero los verdaderos dominadores en los regímenes “democráticos”, la pequeña minoría que posee o controla virtualmente todo, nunca ganan ni pierden el voto. La mayoría de la gente no sabe siquiera quiénes son.
En la democracia delegativa, los delegados son elegidos para propósitos determinados con muy específicas limitaciones. Pueden actuar estrictamente bajo mandato (encargados de votar de una cierta manera en un cierto asunto) o el mandato puede dejarse abierto (los delegados son libres de votar como mejor crean) reservándose la gente que los ha elegido el derecho a confirmar o rechazar cualquier decisión así tomada. Generalmente los delegados son elegidos para períodos muy cortos y están sujetos a revocación en todo momento.
En el contexto de las luchas radicales, las asambleas de delegados se han llamado normalmente “consejos.” La forma del consejo fue inventada por los trabajadores en huelga durante la revolución rusa de 1905 (soviet es la palabra rusa que significa consejo). Cuando los soviets reaparecieron en 1917, fueron sucesivamente apoyados, manipulados, dominados y cooptados por los bolcheviques, que pronto consiguieron transformarlos en parodias de sí mismos: sellos de caucho del “Estado Soviético” (el último soviet independiente que sobrevivió, el de los marineros de Kronstadt, fue aplastado en 1921). No obstante los consejos han continuado para reaparecer espontáneamente en los momentos más radicales de la historia subsiguiente, en Alemania, Italia, España, Hungría y otros lugares, porque representan la solución obvia a la necesidad de una forma práctica de autoorganización popular no jerárquica. Y continúan recibiendo la oposición de todas las organizaciones jerárquicas, porque amenazan el dominio de las élites especializadas señalando la posibilidad de una sociedad de la autogestión generalizada: no la autogestión de unos cuantos detalles del sistema presente, sino la autogestión extendida a todas las regiones del globo y a todos los aspectos de la vida.
Pero como señalamos arriba, la cuestión de las formas democráticas no puede ser separada de su contexto económico.
Irracionalidades del capitalismo
La organización económica puede estudiarse desde la perspectiva del trabajo:
(1) Totalmente voluntario
(2) Cooperativo (autogestión colectiva)
(3) Forzado y explotador
____ a) abiertamente (trabajo de los esclavos)
____ b) disfrazado (trabajo asalariado)
Y desde la perspectiva de la distribución:
(1) Verdadero comunismo (accesibilidad totalmente libre)
(2) Verdadero socialismo (propiedad y regulación colectivas)
(3) Capitalismo (propiedad privada o estatal)
(1) Totalmente voluntario
(2) Cooperativo (autogestión colectiva)
(3) Forzado y explotador
____ a) abiertamente (trabajo de los esclavos)
____ b) disfrazado (trabajo asalariado)
Y desde la perspectiva de la distribución:
(1) Verdadero comunismo (accesibilidad totalmente libre)
(2) Verdadero socialismo (propiedad y regulación colectivas)
(3) Capitalismo (propiedad privada o estatal)
Aunque es posible regalar los bienes y servicios producidos por el trabajo asalariado, o aquellos producidos por el trabajo voluntario o cooperativo para convertirse en mercancías para el mercado, la mayor parte de estos niveles de trabajo y distribución tienden a corresponderse unos con otros. La sociedad actual es predominantemente (3): producción y consumo forzados de mercancías. Una sociedad liberada debe eliminar (3) y reducir (2) tan pronto como sea posible en favor de (1).
El capitalismo se basa en la producción de mercancías (producción de bienes para conseguir beneficios) y el trabajo asalariado (la propia fuerza del trabajo se compra y se vende como una mercancía). Como apuntaba Marx, hay menos diferencia entre el trabajador esclavo y el “libre” de lo que parece. Los esclavos, aunque no parecen percibir nada a cambio, son provistos de los medios de su supervivencia y reproducción, por los que los trabajadores (que se convierten en esclavos temporales en sus horas de trabajo) están obligados a pagar la mayor parte de su salario. El que algunos trabajos sean menos desagradables que otros, y que los trabajadores tengan el derecho nominal a cambiar de trabajo, emprender su propio comercio, comprar stocks o ganar a la lotería, encubren el hecho de que la inmensa mayoría de la gente está colectivamente esclavizada.
¿Cómo hemos llegado a esta absurda situación? Si retrocedemos lo suficiente, encontramos que en algún momento la gente fue desposeída por la fuerza: expulsada de la tierra y además privada de los medios para producir los bienes necesarios para la vida. (Los famosos capítulos sobre la “acumulación primitiva” de El Capital describen vívidamente este proceso en Inglaterra.) En la medida en que la gente acepta esta desposesión como legítima, están obligados a un trato desigual con los “propietarios” (los que les han robado, o quienes han conseguido después títulos de “propiedad” de los ladrones originales) en el que intercambian su trabajo por una fracción de lo que realmente producen, siendo retenida la plusvalía por los propietarios. Esta plusvalía (capital) puede entonces reinvertirse para generar continuamente mayores plusvalías de la misma forma.
A efectos de distribución, una fuente pública de agua potable es un ejemplo simple de verdadero comunismo (accesibilidad ilimitada). Una biblioteca pública es un ejemplo de verdadero socialismo (accesibilidad libre pero regulada).
En una sociedad racional, la accesibilidad debería depender de la abundancia. Durante una sequía, el agua debe ser racionada. A la inversa, una vez que las bibliotecas estuviesen enteramente puestas on-line podrían llegar a ser totalmente comunistas: todos podrían tener acceso libre al instante a cualquier número de textos sin necesidad de fichar ni devolverlos, de seguridad contra ladrones, etc.
Pero esta relación racional está impedida por la persistencia de los intereses económicos separados. Por tomar el último ejemplo, pronto será técnicamente posible crear una “biblioteca” mundial en la que todos los libros escritos, todas las películas realizadas y todas las interpretaciones musicales grabadas podrían ponerse on-line, potencialmente accesibles a cualquiera, para recibir libremente y obtener copias (sin necesidad ya de tiendas, comercios, propaganda, empaquetado, transporte, etc.). Pero como esto eliminaría los beneficios actuales en la publicación, grabación y comercio de películas, se invierte mucha más energía confeccionando complicados métodos para prevenir o cobrar las copias (mientras otros dedican la energía correspondiente ideando maneras de soslayar tales métodos) que en desarrollar una tecnología que podría beneficiar potencialmente a todos (...).
El capitalismo se basa en la producción de mercancías (producción de bienes para conseguir beneficios) y el trabajo asalariado (la propia fuerza del trabajo se compra y se vende como una mercancía). Como apuntaba Marx, hay menos diferencia entre el trabajador esclavo y el “libre” de lo que parece. Los esclavos, aunque no parecen percibir nada a cambio, son provistos de los medios de su supervivencia y reproducción, por los que los trabajadores (que se convierten en esclavos temporales en sus horas de trabajo) están obligados a pagar la mayor parte de su salario. El que algunos trabajos sean menos desagradables que otros, y que los trabajadores tengan el derecho nominal a cambiar de trabajo, emprender su propio comercio, comprar stocks o ganar a la lotería, encubren el hecho de que la inmensa mayoría de la gente está colectivamente esclavizada.
¿Cómo hemos llegado a esta absurda situación? Si retrocedemos lo suficiente, encontramos que en algún momento la gente fue desposeída por la fuerza: expulsada de la tierra y además privada de los medios para producir los bienes necesarios para la vida. (Los famosos capítulos sobre la “acumulación primitiva” de El Capital describen vívidamente este proceso en Inglaterra.) En la medida en que la gente acepta esta desposesión como legítima, están obligados a un trato desigual con los “propietarios” (los que les han robado, o quienes han conseguido después títulos de “propiedad” de los ladrones originales) en el que intercambian su trabajo por una fracción de lo que realmente producen, siendo retenida la plusvalía por los propietarios. Esta plusvalía (capital) puede entonces reinvertirse para generar continuamente mayores plusvalías de la misma forma.
A efectos de distribución, una fuente pública de agua potable es un ejemplo simple de verdadero comunismo (accesibilidad ilimitada). Una biblioteca pública es un ejemplo de verdadero socialismo (accesibilidad libre pero regulada).
En una sociedad racional, la accesibilidad debería depender de la abundancia. Durante una sequía, el agua debe ser racionada. A la inversa, una vez que las bibliotecas estuviesen enteramente puestas on-line podrían llegar a ser totalmente comunistas: todos podrían tener acceso libre al instante a cualquier número de textos sin necesidad de fichar ni devolverlos, de seguridad contra ladrones, etc.
Pero esta relación racional está impedida por la persistencia de los intereses económicos separados. Por tomar el último ejemplo, pronto será técnicamente posible crear una “biblioteca” mundial en la que todos los libros escritos, todas las películas realizadas y todas las interpretaciones musicales grabadas podrían ponerse on-line, potencialmente accesibles a cualquiera, para recibir libremente y obtener copias (sin necesidad ya de tiendas, comercios, propaganda, empaquetado, transporte, etc.). Pero como esto eliminaría los beneficios actuales en la publicación, grabación y comercio de películas, se invierte mucha más energía confeccionando complicados métodos para prevenir o cobrar las copias (mientras otros dedican la energía correspondiente ideando maneras de soslayar tales métodos) que en desarrollar una tecnología que podría beneficiar potencialmente a todos (...).
Fragmento de El placer de la revolución ("The Joy of Revolution") de Ken Knabb
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Amigos míos: quiero que consideren la relación entre el arte y el comercio, usando esta última palabra para indicar lo que general-mente significa, es decir, ese sistema de competencia en el mercado que en verdad es la única forma que hoy día la mayoría de la gente supone que puede adoptar el comercio.
Pues mientras ha habido épocas en la historia del mundo en que el arte mantenía una supremacía sobre el comercio, en que el arte era mucho y el comercio--tal como entendemos la palabra--poco, así ahora, por el contrario, todos han de admitir que, supongo, el comercio ha adquirido gran importancia y el arte muy poca.
Afirmo que en general esto se admitirá, mas distinta gente tendrá distintas opiniones no sólo sobre si esto es bueno o malo, sino incluso sobre lo que implica el que digamos que el comercio ha adquirido gran importancia y que el arte se ha hundido para convertirse en una cuestión sin-importancia.
Permítanme que les dé mi opinión acerca de lo que significa, lo cual me llevará a pedirles que consideren qué remedios deberían aplicarse para curar los males que existen en las relaciones entre el arte y el comercio.
Si les hablo con franqueza, me parece que la supremacía del comercio (tal como entendemos la palabra) es un mal y bastante grave; debe-ría llamarlo un mal puro, si no fuera por la extraña continuidad de la vida que fluye por todos los hechos históricos y mediante la cual los males de tal o cual período tienden a anularse por sí mismos.
Pues, en mi opinión, esto es lo que significa: que el mundo de la civilización moderna, en su prisa por obtener una prosperidad material desigualmente repartida, ha suprimido por completo el arte popular o, en otras palabras, que la mayoría de la gente no participa del arte, el cual--tal como están ahora las cosas--ha de conservarse en manos de unos cuantos ricos o de gente bien, que podríamos decir que lo necesitan menos y no más que los sufridos trabajadores.
Pero no es ese todo el mal ni el peor, pues la causa de este hambre de arte es que, mientras en todo el mundo civilizado la gente trabaja tan denodadamente como lo ha hecho siempre, ha perdido--al perder un arte que se hacía por y para el pueblo--el solaz natural de ese trabajo, un solaz que una vez tuvo y que debería tener siempre: la oportunidad de expresar sus propios pensamientos a sus semejantes mediante dicho trabajo, mediante ese trabajo diario que la naturaleza o el hábito prolongado (una segunda naturaleza) le exige de hecho, pero sin que ello implique que deba ser una carga repugnante y sin recompensa.
Mas debido a una ceguera extraña, a un error de la civilización en los últimos tiempos, el trabajo del mundo, casi todo él--el trabajo que de haberse compartido habría sido el útil compañero de todos los hombres--se ha convertido en una carga tal que todos los hombres, si pudieran, se librarían de él. He dicho que la gente trabaja no menos denodadamente de lo que antes lo hacía, mas debería haber dicho que trabaja más denodadamente.
Las maravillosas máquinas que en manos de hombres justos y previsores habrían sido usadas para reducir el trabajo repugnante y para proporcionar placer (o, en otras palabras, aumentar la vida) a la raza humana se han usado, por el contrario, de forma que han llevado a todos los hombres a una precipitación y una prisa frenéticas, destrozando de esa forma el placer, es decir, la vida, en todos lados; en vez de aliviar la tarea de los trabajadores, la han incrementado y de ese modo han añadido más cansancio aún al peso que los pobres tienen que sobrellevar.
No se puede alegar por parte del sistema de la civilización moderna que sus meros beneficios materiales o corporales compensan la pérdida de placer que le ha causado al mundo, pues, como antes dejé entrever, esos beneficios se han repartido de una forma tan injusta que el contraste entre ricos y pobres se ha incrementado terrible-mente, de modo que en todos los países civilizados--pero sobre todo en Inglaterra--se exhibe el terrible espectáculo de dos pueblos que viven en calles y en puertas contiguas, pueblos de la misma sangre, la misma lengua y (al menos nominalmente) las mismas leyes, mas uno es civilizado y el otro incivilizado.
Todo esto, afirmo, es resultado del sistema que ha pisoteado al arte y ha ensalzado al comercio como a una religión sagrada e incluso parece dispuesto--con esa estupidez horrible que constituye su principal característica--a mofarse del autor satírico romano al invertir el sentido de su noble consejo y pedirnos a todos que «en atención a la vida destruyamos las razones para vivir.»
Y ahora, frente a esta tiranía estúpida, planteo una reivindicación en nombre del trabajo esclavizado por el comercio que sé que nadie en sus cabales podrá negar resulta razonable, aunque de llevarse a la práctica supondría un cambio tal que derrotaría al comercio, es decir, impondría la asociación en vez de la competición, el orden social en vez de la anarquía individualista.
Con todo, he tenido en cuenta esta reivindicación a la luz de la historia y de mi propia conciencia y al así hacerlo me parece una reivindicación de lo más justa y resistirse a ella no implica sino negar la esperanza de-la civilización.
Esta es entonces la reivindicación: Es justo y necesario que todos los hombres realicen un trabajo que merezca la pena y que en sí mismo resulte agradable de hacer y que se realice en unas condiciones tales que no lo hagan ni agotador en exceso ni angustioso en exceso.
Por mucho que piense en esta reivindicación, por más que me la plantee, no me llega a parecer que resulte una reivindicación exorbitante; mas de nuevo afirmo que si la sociedad la admitiera o pudiera hacerlo, cambiaría la faz del mundo, se pondría fin al descontento, la lucha y la falta de honradez. ¡Sentir que estábamos haciendo un trabajo que a otros les resulte útil y a nosotros agradable y que dicho trabajo y su recompensa debida no se nos podían acabar! ¿Qué grave daño podía ocurrirnos entonces? Y el precio a pagar por hacer el mundo feliz de esa manera es la revolución: socialismo en vez de laissez-faire.
¿Cómo podemos los de clase media ayudar a que acontezca tal realidad, una realidad que en la medida de lo posible sea la opuesta a la realidad actual?
La opuesta, nada menos que eso. Pues en primer lugar, el trabajo debe merecer la pena: ¡Piensen qué cambio implicaría esto en el mundo! Les digo que me aturde pensar en lo ingente que resulta el trabajo que se realiza para hacer cosas inútiles (...).
William Morris. "Art and Socialism." 1884. "Arte y Socialismo." (Frangemento de Conferencia) Traducción por Juan Ignacio Guijarro González.
Texto entero aqui
Pues mientras ha habido épocas en la historia del mundo en que el arte mantenía una supremacía sobre el comercio, en que el arte era mucho y el comercio--tal como entendemos la palabra--poco, así ahora, por el contrario, todos han de admitir que, supongo, el comercio ha adquirido gran importancia y el arte muy poca.
Afirmo que en general esto se admitirá, mas distinta gente tendrá distintas opiniones no sólo sobre si esto es bueno o malo, sino incluso sobre lo que implica el que digamos que el comercio ha adquirido gran importancia y que el arte se ha hundido para convertirse en una cuestión sin-importancia.
Permítanme que les dé mi opinión acerca de lo que significa, lo cual me llevará a pedirles que consideren qué remedios deberían aplicarse para curar los males que existen en las relaciones entre el arte y el comercio.
Si les hablo con franqueza, me parece que la supremacía del comercio (tal como entendemos la palabra) es un mal y bastante grave; debe-ría llamarlo un mal puro, si no fuera por la extraña continuidad de la vida que fluye por todos los hechos históricos y mediante la cual los males de tal o cual período tienden a anularse por sí mismos.
Pues, en mi opinión, esto es lo que significa: que el mundo de la civilización moderna, en su prisa por obtener una prosperidad material desigualmente repartida, ha suprimido por completo el arte popular o, en otras palabras, que la mayoría de la gente no participa del arte, el cual--tal como están ahora las cosas--ha de conservarse en manos de unos cuantos ricos o de gente bien, que podríamos decir que lo necesitan menos y no más que los sufridos trabajadores.
Pero no es ese todo el mal ni el peor, pues la causa de este hambre de arte es que, mientras en todo el mundo civilizado la gente trabaja tan denodadamente como lo ha hecho siempre, ha perdido--al perder un arte que se hacía por y para el pueblo--el solaz natural de ese trabajo, un solaz que una vez tuvo y que debería tener siempre: la oportunidad de expresar sus propios pensamientos a sus semejantes mediante dicho trabajo, mediante ese trabajo diario que la naturaleza o el hábito prolongado (una segunda naturaleza) le exige de hecho, pero sin que ello implique que deba ser una carga repugnante y sin recompensa.
Mas debido a una ceguera extraña, a un error de la civilización en los últimos tiempos, el trabajo del mundo, casi todo él--el trabajo que de haberse compartido habría sido el útil compañero de todos los hombres--se ha convertido en una carga tal que todos los hombres, si pudieran, se librarían de él. He dicho que la gente trabaja no menos denodadamente de lo que antes lo hacía, mas debería haber dicho que trabaja más denodadamente.
Las maravillosas máquinas que en manos de hombres justos y previsores habrían sido usadas para reducir el trabajo repugnante y para proporcionar placer (o, en otras palabras, aumentar la vida) a la raza humana se han usado, por el contrario, de forma que han llevado a todos los hombres a una precipitación y una prisa frenéticas, destrozando de esa forma el placer, es decir, la vida, en todos lados; en vez de aliviar la tarea de los trabajadores, la han incrementado y de ese modo han añadido más cansancio aún al peso que los pobres tienen que sobrellevar.
No se puede alegar por parte del sistema de la civilización moderna que sus meros beneficios materiales o corporales compensan la pérdida de placer que le ha causado al mundo, pues, como antes dejé entrever, esos beneficios se han repartido de una forma tan injusta que el contraste entre ricos y pobres se ha incrementado terrible-mente, de modo que en todos los países civilizados--pero sobre todo en Inglaterra--se exhibe el terrible espectáculo de dos pueblos que viven en calles y en puertas contiguas, pueblos de la misma sangre, la misma lengua y (al menos nominalmente) las mismas leyes, mas uno es civilizado y el otro incivilizado.
Todo esto, afirmo, es resultado del sistema que ha pisoteado al arte y ha ensalzado al comercio como a una religión sagrada e incluso parece dispuesto--con esa estupidez horrible que constituye su principal característica--a mofarse del autor satírico romano al invertir el sentido de su noble consejo y pedirnos a todos que «en atención a la vida destruyamos las razones para vivir.»
Y ahora, frente a esta tiranía estúpida, planteo una reivindicación en nombre del trabajo esclavizado por el comercio que sé que nadie en sus cabales podrá negar resulta razonable, aunque de llevarse a la práctica supondría un cambio tal que derrotaría al comercio, es decir, impondría la asociación en vez de la competición, el orden social en vez de la anarquía individualista.
Con todo, he tenido en cuenta esta reivindicación a la luz de la historia y de mi propia conciencia y al así hacerlo me parece una reivindicación de lo más justa y resistirse a ella no implica sino negar la esperanza de-la civilización.
Esta es entonces la reivindicación: Es justo y necesario que todos los hombres realicen un trabajo que merezca la pena y que en sí mismo resulte agradable de hacer y que se realice en unas condiciones tales que no lo hagan ni agotador en exceso ni angustioso en exceso.
Por mucho que piense en esta reivindicación, por más que me la plantee, no me llega a parecer que resulte una reivindicación exorbitante; mas de nuevo afirmo que si la sociedad la admitiera o pudiera hacerlo, cambiaría la faz del mundo, se pondría fin al descontento, la lucha y la falta de honradez. ¡Sentir que estábamos haciendo un trabajo que a otros les resulte útil y a nosotros agradable y que dicho trabajo y su recompensa debida no se nos podían acabar! ¿Qué grave daño podía ocurrirnos entonces? Y el precio a pagar por hacer el mundo feliz de esa manera es la revolución: socialismo en vez de laissez-faire.
¿Cómo podemos los de clase media ayudar a que acontezca tal realidad, una realidad que en la medida de lo posible sea la opuesta a la realidad actual?
La opuesta, nada menos que eso. Pues en primer lugar, el trabajo debe merecer la pena: ¡Piensen qué cambio implicaría esto en el mundo! Les digo que me aturde pensar en lo ingente que resulta el trabajo que se realiza para hacer cosas inútiles (...).
William Morris. "Art and Socialism." 1884. "Arte y Socialismo." (Frangemento de Conferencia) Traducción por Juan Ignacio Guijarro González.
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